Desde el primer día que Donald Trump lanzó su campaña venenosa por la Presidencia, ha gritado insultos a las personas que él considera sus inferiores.
Como se sabe, sus primeros arrebatos señalaron a la gente de México. No pasó mucho tiempo antes de que otras personas, generalmente personas de color, sintieran el ardor de su veneno.
Durante estos años, Trump ha explotado el tema de la migración para sembrar miedo en el corazón de millones de personas.
Primero que nada, con el muro. Luego con la monstruosa separación de las niñas y los niños de sus padres, una práctica que sigue hasta la fecha.
Trump ha echado fuera a todos los oficiales de su gabinete a menos que avalen sus malévolos planes. Todo es parte de una vil maniobra de poder para complacer y auxiliar a su base de apoyo, la derecha paranoica de su país.
Trump acaba de dirigirse a la mayoría de los pueblos del mundo, gritando: ¡No vengan! ¡No hay lugar! ¡Estamos llenos! ¡Lo lamento!
¿Lo lamenta? Sí, cómo no.
Desde el puerto de Nueva York donde se levanta gloriosamente la Dama de la Libertad, el ejecutivo debe enviarla de regreso a Francia, el país de su creación.
O tal vez estaría más apropiado derretir la estatua y moldear el metal para darle forma a un nuevo muro de acero. ¡Lo podría llamar “El Muro de la Libertad”!
¿Y la placa que da la bienvenida a refugiados e inmigrantes? Tírala. Échala a la basura. No sirve para nada.
Desde la nación encarcelada, soy Mumia Abu-Jamal.